top of page

La Historia de las Profesiones de la Salud

Por: Eduardo Ramos Garbiras

Odontólogo - Magister Salud Pública

Como todas las profesiones, las de la salud también tienen su historia; y la historia de cada una de las profesiones de la salud es muy particular, por lo que se hace complicado tratar de manejarlas todas en conjunto. Pero sí es importante observar que en su mayoría están ligadas a un origen común en donde comparten hechos históricos que se deben tener en cuenta. Imaginemos a nuestros antepasados. La magia es la primera respuesta del hombre a la enfermedad que le acosa. Enfrentado con una desgracia para la que no tiene explicación natural, busca una causa sobrenatural. Por doquier la ciencia médica creció bajo la creencia de que el mundo pululaba de espíritus que atacaban a los seres vivientes con las enfermedades, al tiempo que incendiaban bosques con los rayos, detenían las lluvias o enviaban los diluvios. A fin de hacer más reales estos espíritus, el hombre primitivo construyó ídolos para representarlos y adorarlos con ofrendas rituales. Con la creencia en una vida del más allá, surgió un miedo nuevo, miedo a los infelices espíritus de los muertos, quienes en el caso de ser desatendidos, retornarían para atormentar a los vivientes. También surgió entonces el peligro de los enemigos humanos, que operaban con hechizos y brujerías y había que combatirlos con sus mismas armas.


Los complicados ritos y conjuros requerían expertos, y el hechizo se convirtió en una figura poderosa de la sociedad primitiva. Se vestía grotescamente para impresionar, no solo a los espíritus, sino también a sus pacientes. Su traje era parte de su técnica curativa. Había que practicar no solo la magia blanca, sino también la negra. La primera era la "buena medicina", incluso cuando los brujos usaban conjuros, -que sonaban terriblemente, para expulsar al espíritu del mal fuera del paciente. La segunda era la "mala medicina", u obra del diablo.


Pero el arte del brujo no era todo magia. Sabía cómo extraer el veneno de las heridas y cómo aplicar cataplasma. Podía atribuir a las hierbas propiedades místicas y administrarlas con rebuscadas ceremonias, pero aprendió cuales y cuándo debía prescribirlas y transmitió sus conocimientos a los que le seguían.


Con la llegada de las primeras civilizaciones en Egipto y Mesopotamia, los rituales se hicieron más complicados y se originó el sacerdocio. Los primeros templos eran colegios donde los sacerdotes coleccionaban y registraban hechos. Observaron como los cambios de posición de ciertas constelaciones coincidían generalmente con determinados acontecimientos, como la maduración de las cosechas, el desbordamiento de los ríos o la irrupción de determinadas enfermedades. Gradualmente llegaron a creer que las estrellas ejercían una influencia en el hombre y que las diferentes partes del cuerpo, así como las diferentes plantas, estaban bajo el influjo de los doce signos del Zodiaco. Un resto de estas creencias se halla todavía en la palabra "Lunatismo" enfermedad mental que se suponía debida a la Luna.


Es interesante que los primeros doctores Chinos, que insertaban agujas en los "canales del cuerpo" para "renovar los espíritus", utilizasen 365 puntos de punción diferentes, número igual a los días del año. Incluso ahora, a pesar de la gran cantidad de medicamentos en el mercado y del gran número de instrumentos electrónicos disponibles y de las ayudas diagnosticas con la nueva tecnología de "punta", el médico moderno debe mucho todavía a las tradiciones populares, a las "curanderas", a los alquimistas y hechiceros.


La quinina extraída de la corteza de un árbol, era originalmente la medicina ritual de los incas del Perú y todavía se usa para combatir el paludismo; la penicilina proviene de un moho, lo que justifica la antigua costumbre de aplicar moho a las úlceras que supuraban.


El médico actual tiene incluso una deuda con el "exhibicionismo" del brujo que impresionaba con su tratamiento al paciente. El médico moderno puede saber las causas de la enfermedad y cómo actúan las drogas dentro del cuerpo; puede diagnosticar con precisión y prescribir con certeza, pero su profesión todavía exige algo más. Ya esté enfermo de la mente o del cuerpo, el paciente de hoy necesita sentir confianza tanto como el hombre primitivo.


Tuvieron que pasar muchos años antes que nuestros antepasados pudieran liberarse de las supersticiones y comprendiesen las causas naturales de las enfermedades. En ese intervalo, sin embargo, fueron construyendo gradualmente una imagen de las más complicadas de todas las criaturas, de ellos mismos. Como cualquier estudiante actual de anatomía, empezaron con el esqueleto. Los huesos son los únicos registros permanentes de la medicina prehistórica. Por los huesos descubiertos de los hombres primitivos podemos establecer que algunos de ellos padecieron enfermedades como el raquitismo y la artritis.


Estos primeros antepasados debieron de ver a menudo esqueletos, reconociendo las diferencias entre los humanos y los de los animales que cazaban. Al parecer, se interesaron especialmente por el cráneo, quizá porque, a diferencia del resto del armazón, podía servir de recipiente; en realidad pudieron usarlo como copa o estuche. Se han desenterrado grandes cantidades de cráneos prehistóricos en diferentes partes del mundo, muchos de ellos con agujeros hechos deliberadamente con instrumentos agudos de sílex. En muchos casos, un nuevo hueso creció al rededor del agujero, lo que prueba la primera de todas las operaciones quirúrgicas: la trepanación que se realizaba en pacientes que sobrevivían. En algunos cráneos se ha encontrado más de un agujero, y ello sugiere que se realizó una serie de intentos para liberar a los espíritus encerrados en la caja craneana, quizás con el fin de mitigar un ataque de locura, un acceso epiléptico, o simplemente, un fuerte dolor local de cabeza. A partir de huesos de muertos, el hombre primitivo descubrió su propia armazón: la caja craneana, la caja torácica, las vértebras, los soportes de las extremidades. Descubrió que ciertos salientes articulares encajaban en cavidades apropiadas, y quizá se dio cuenta de que una articulación dislocada se puede volver a colocar en su sitio. Con dolorosa experiencia aprendió que un hueso roto podía sanar si se inmovilizaba por algún tiempo. El arreglo de los huesos fue una de las primeras formas de la cirugía.


Aunque la topografía del esqueleto muerto se había establecido ya en la Edad Media, el esqueleto contenido en el organismo vivo no se pudo ver hasta finales del siglo XIX. En 1895, un profesor Alemán de física, Wilhelm Róntgen, de Würzburg, experimentaba con un tubo de vacío: estaba haciendo pasar una corriente eléctrica a través de él cuando advirtió que, aunque el tubo estaba completamente encerrado en un recipiente de cartón, brillaba una pantalla fluorescente situada a unos 3 metros de distancia. Rayos invisibles atravesaban el cartón. Observó que cuando ponía la mano delante del tubo, la sombra de los huesos se hacia visible sobre la pantalla, y que cuando movía los dedos, podía ver el esqueleto en funcionamiento. Los médicos de aquel tiempo percibieron enseguida el valor de estos Rayos X, nombre que les dio Róntgen. Al cabo de uno o dos años del gran descubrimiento, ya se habían instalado aparatos de Rayos X en muchos hospitales para ayuda de los cirujanos de huesos. Desde entonces los médicos han aprendido el modo de fotografiar ciertos órganos internos con los aparatos de rayos X.


Cuando apenas termina sus estudios de medicina en el siglo XX, un doctor recién graduado examina a su primer paciente y escribe R en la parte alta de su primera receta, invoca (aunque probablemente no lo sabe) a un dios del antiguo Egipto, era el símbolo del ojo de Horus, el dios del Sol, con cabeza de halcón, que perdió un ojo en combate y le fue restituido por Thoth, el dios de la sabiduría. Horus era una de las muchas deidades que los doctores del antiguo Egipto invocaban al administrar sus remedios.


Dejando a un lado sus místicos métodos, estos médicos -sacerdotes- conocían el valor de varios remedios prácticos, incluidos el aceite de sen y de castor. La gran aportación de Egipto a la medicina, sin embargo, no provino de los doctores, sino de los embalsamadores que trabajaban en la Casa de la Muerte. Escritores de aquel tiempo demuestran que gracias al embalsamamiento los Egipcios de hace 5000 años tenían un mayor conocimiento de los órganos que quienes vinieron tras ellos, los médicos griegos, romanos y medievales. Para preparar las momias habían de quitarles los órganos antes de impregnar el cuerpo con resinas y vendas de miles de metros de lino puro. Muchos de nuestros métodos de vendajes se derivan de los usados para envolver las momias antiguas.


Los médicos de civilizaciones posteriores no se atrevían, en general, a efectuar disecciones del cuerpo humano. Hasta el siglo XVI de nuestra era la Iglesia no empezó a aflojar sus normas contra la disección. Aproximadamente un siglo más tarde, con la ayuda del microscopio, recientemente inventado, el anatomista Italiano Marcello Malpighi pudo iniciar el estudio detallado del hígado, de los riñones y del brazo. Pero, incluso hoy en plenos inicios del siglo XXI, sus funciones no están explicadas del todo.


A mediados del siglo XVIII, el Austriaco Leopold Auenbrugger inventó la percusión, método que los médicos utilizan para diagnosticar el estado de los pulmones. Siendo niño, había observado con frecuencia a su padre golpear ligeramente los barriles para comprobar cuanto vino contenían. A la sazón, él golpeaba el pecho de sus pacientes: si producía el sonido hueco de los barriles vacíos, es que se encontraban sanos; una nota sorda o alta indicaba la presencia de un liquido de origen patológico.


En el invento del estetoscopio también intervino el recuerdo de una escena de la vida diaria. En 1.816, el médico Francés René Laénnec hubo de acudir a la cabecera de una mujer que padecía del corazón. Era bastante corpulenta, y Laénnec pensó que seria de muy poca utilidad aplicarle al oído directamente sobre el pecho. De pronto recordó a unos niños a los que observara mientras jugaban: uno había estado arañando el extremo de un tronco, mientras que su amigo escuchaba por el opuesto. Laénnec enrolló un pedazo de papel, acercó un extremo a su oreja y el otro al pecho de su paciente, y así pudo oír los latidos del corazón más claramente que nunca. Entusiasmado, experimentó con otros materiales y, finalmente, comprobó que la madera era el más eficaz.


La primera penetración en el sistema digestivo se produjo a través de la "Ventana de St. Martin". En 1.822, Alexis St. Martin, un cazador de pieles canadiense, fue herido en el estómago durante una reyerta cerca del lago Michigan. Se recobró, pero la herida le dejó un hueco permanente a través del cual el doctor William Beaumont, del Ejército de los Estados Unidos, pudo observar como el estómago segregaba los jugos necesarios para la digestión.


Los griegos pudieron quedar por debajo de los egipcios en cuanto al conocimiento de los órganos, pero poco tenían que aprender de ellos acerca de los músculos. Los artistas de la antigua Grecia estudiaron tan minuciosamente como los médicos la forma en que los músculos movían el esqueleto. Su "escuela de la vida" era el estadio atlético, donde jóvenes desnudos luchaban, saltaban, corrían o lanzaban el disco. Escultores Griegos, tales como Praxiteles y Lisipo (siglo IV a de C), podían esculpir detalles de la estructura muscular que incluso un concienzudo estudiante de medicina del siglo XXI pasaría por alto. Los grandes artistas del renacimiento - Miguel Ángel, Rafael, Durero, Leonardo da Vinci - también produjeron obras de arte perfectas en cuanto al detalle anatómico. No satisfechos con observaciones superficiales, algunos se convirtieron en anatomistas. Leonardo disecó más de treinta cadáveres e hizo cientos de diseños.


El 1543 fue uno de los grandes años de la historia de la medicina; fue entonces cuando Andreas Vesaiius, de Bruselas, publicó el primer libro extenso de anatomía humana, De Humani Corporis Fabrica (Sobre la estructura del cuerpo humano). El texto era tan notable como las ilustraciones, que se han atribuido a discípulos del gran artista Tiziano. Vesaiius se rebeló contra los profesores médicos de su tiempo, quienes descansaban principalmente en la literatura clásica. Según ellos, Aristóteles, filósofo griego del siglo IV a. de C. y Galeno, que vivió unos 400 años después, había descubierto todo lo que se podía saber sobre el cuerpo humano, aunque de hecho sus escritores se basaban principalmente en la disección de animales. Versalius insistía que el libro idóneo para estudiar era el propio cuerpo. Para conseguir "material" se convirtió en ladrón, en Paris, y descolgaba de los patíbulos de Montfaucon los cuerpos de los ladrones. A la edad de 23 años Vesaiius llegó a ser profesor de anatomía en Padua, la más importante escuela de medicina de su tiempo. Estudiantes procedentes de todo el mundo se agolpaban en los estrados del anfiteatro donde daba sus clases. No admitiendo nada, excepto aquello que él mismo había visto, convirtió la anatomía en una ciencia.


Contemporáneo de Vesaiius y gran admirador de su obra fue Ambroise Paré, cirujano -barbero- del ejército francés. Pasó la mayor parte de su vida en el campo de batalla, donde adoptó el entonces revolucionario avance de limpiar las heridas con agua de la fuente, aplicar bálsamo sedantes y vendajes limpios y ligar las arterias para detener las hemorragias. Paré estudio la acción de los músculos: como siempre tiran de los miembros y nunca los empujan; como los músculos de la cara anterior del brazo se contraen para doblar el codo, mientras que los de atrás lo hacen para estirarlo. Usó sus conocimientos para fabricar extremidades artificiales destinadas a los soldados mutilados. El brazo artificial que él diseñó, basado en los guanteletes de la malla de los caballeros, fue el precursor de muchos de los ingeniosos inventos que hoy permiten a los inválidos llevar una vida activa.


Hasta el siglo XIX no descubrieron los científicos la maquinaria muscular del cuerpo necesita los azúcares como combustible. El proceso por el que los músculos responden a los impulsos eléctricos que le llegan a través de los nervios fue un misterio hasta el siglo XX. Más tarde, la investigación demostró que los nervios no solo transportan las ordenes para que se produzcan los movimientos, sino que desprenden una sustancia que causa la contracción del músculo y otras sustancias que la contrarrestan, eliminando así la tensión.


En esta campo, como en otros, la medicina utiliza todavía algunos descubrimientos primitivos. En 1584 el gran explorador y aventurero Sir Walter Raleigh introdujo el curare en Europa. Es este un veneno con el que durante siglos los indios sudamericanos han impregnado las puntas de los dardos de sus cerbatanas. Paraliza la presa, matándola cuando alcanza los músculos respiratorios. Hoy el cirujano emplea una pequeña cantidad de una sustancia derivada del curare, junto con un anestésico, para detener las contracciones de los músculos durante las operaciones.


El Canon de la Medicina Chino, que se dice escrito hacia el año 2600 a de C., declara: "Toda la sangre del cuerpo está bajo el control del corazón, fluyendo en un circuito que nunca se para". Esto fue escrito 4000 años antes que el doctor Willin Harvey explicase el proceso. Harvey nació en Folkestone (Inglaterra) en el año 1.578. A los veinte años fue a Padua para estudiar con el famoso anatomista Fabricius, quien había descubierto lo que el llamó "las puestas de la ventanas", las válvulas que convierten las venas en "calles de una sola dirección", de forma que la sangre vaya por ella siempre hacia el corazón. Harvey, en sus experimentos, descubrió que las arterias mayores transportan la sangre alejándola del corazón. Observó también otros dos casos: que un tabique impide que la sangre pase de un lado al otro del corazón, y que la parte izquierda de este órgano expulsa unas dos onzas de sangre en cada contracción (unos 56 gr). Razonó que esta sangre debía de ir a alguna parte y así dejar sitio para más. Demostró que el lado izquierdo del corazón impulsa la sangre a las arterias, que las transportan a todo el cuerpo; luego vuelve por las venas, y la cámara derecha del corazón la envía entonces a los pulmones. De allí retorna, purificada, a la cámara izquierda, lista para distribuirse de nuevo por el cuerpo. En su viaje, como ahora sabemos, lleva oxígeno a los tejidos del organismo, incluidos los músculos, así como las sustancias químicas resultante de la digestión del alimento y que se necesitan para nutrir y restaurar las estructuras celulares del cuerpo. Cuando una enfermedad invade el organismo, es la sangre la que transporta las defensas (o leucocitos) que rodean a los gérmenes invasores. La sangre contribuye también a cicatrizar las heridas: Contiene una sustancia que se coagula al contacto con el aire, y de este modo cierra la abertura de la herida mientras se forma de nuevo el tejido cutáneo.


La sangría es una de las formas más antiguas del tratamiento médico: el vaso de sangrar aparecía en el emblema de los médicos del antiguo Egipto, y durante siglos de sanguijuela para chupar la sangre se consideró como parte esencial del equipo de todo médico en la Europa occidental. El descubrimiento de Harvey condujo a los primeros intentos de donación de sangre. Uno de los más antiguos experimentadores fue sir Chistopher Wren, arquitecto de la catedral de San Pablo, de Londres. En 1665, 8 años después de la muerte de Harvey, Richard Lower transfundió sangre de un perro a otro con un tubo.


Sin embargo, los intentos para hacer transfusiones de animales a hombres fueron generalmente fatales; a menudo, la unión de los vasos sanguíneos de los seres humanos también causaba la muerte. Los glóbulos sanguíneos se aglutinaban a veces, o los del paciente se destruían. La razón de ello no se conoció claramente hasta principios del siglo XX, cuando se descubrió que las personas pertenecen a grupos sanguíneos diferentes y que sus sangres pueden repelerse al mezclarse. Aunque la transfusión se intentó en la primera guerra mundial y durante la guerra civil española, su uso no se difundió ampliamente hasta la segunda guerra mundial, cuando muchos miles de heridos en las incursiones aéreas y en los campos de batalla se salvaron gracias a los "bancos de sangre".


La sangre suministrada por los donantes y almacenada se usó bien como "sangre completa", bien en "fracciones", ya que los científicos habían descubierto como separar los glóbulos sanguíneos (los rojos y los blancos) de la porción líquida o plasma, que también se utiliza en la transfusión. El plasma contiene una sustancia llamada "fibrinógeno", que interviene en la coagulación de la sangre. (Por el contrario, puede añadirle heparina para evitarla). La sangre completa contiene también sustancias tales como la globulina gamma, que, extraída de la sangre de un adulto y administrada a los niños, los protege contra el sarampión. La transfusión reemplaza la sangre perdida. Todos estos métodos empezaron a perfeccionarse a partir de las décadas de los 70 y 80, por los cuidados que deberían suministrase en las transfusiones con apariciones de infecciones cruzadas con virus como el de la hepatitis y posteriormente el VIH.


Avances en la ciencia médica permiten al cirujano sustituir el mismo corazón. Los vasos sanguíneos se conectan a un aparato que funciona como corazón y pulmón y que, después de oxigenar la sangre (como lo harían los propios pulmones), la devuelve por bombeo al cuerpo. El aparato mantiene la circulación de la sangre aproximadamente al mismo ritmo que lo haría el corazón. Durante ese tiempo los cirujanos disponen del tiempo necesario para realizar los procedimientos de trasplantes. Hoy en día muchos órganos vitales se pueden trasplantar de un paciente a otro, previos estudios de compatibilidad.


Desde los tiempos de los antiguos griegos hasta los últimos siglos, los médicos creían en los "cuatro humores". Por humores ellos querían decir los fluidos del cuerpo, que, según pensaban, combatían las enfermedades y decidían los tipos y caracteres de los individuos. Todavía usamos objetivos derivados de esta antigua creencia: calificamos a una persona de "Sanguínea" si es optimista y alegre. Para los "humoristas", el hombre sanguíneo era el que tenia demasiada sangre caliente, así como un hombre "flemático" o impasible era el que padecía de un exceso de flema fría o húmeda. Hoy saben bien los médicos que puede haber muchas explicaciones para las diferentes personalidades, pero que en todos nosotros las hormonas, las diversas secreciones químicas de las glándulas endocrinas, tienen una enorme influencia sobre nuestro aspecto y temperamento así como sobre nuestro modo de actuar (las glándulas endocrinas son las que vierten sus secreciones directamente a la sangre). La que dirige la "orquesta de las glándulas", según la llaman los médicos, es la pituitaria, del tamaño de una guisante y situada en la base del cerebro.


Esta glándula regula no solo el crecimiento (sus desórdenes ocasionan la aparición de gigantes o enanos), sino las actividades de las otras glándulas endocrinas. Hay pocos aspectos en la existencia humana que no se relacione de una u otra forma con las glándulas. Los "islotes de Langerhans", del páncreas, producen la hormona insulina, cuya deficiencia causa la diabetes. Las hormonas de las glándulas sexuales están estrechamente ligadas no solo al proceso de la reproducción, sino al crecimiento. La parte exterior de las complicadas cápsulas suprarrenales ayuda a regular el volumen del agua en el cuerpo, mientras que en la parte interior regula las reacciones "del combate o de la huida". Si un gato ve a un perro, su cerebro envía un rápido mensaje a la pituitaria, que inmediatamente pone en estado de alertas a las glándulas tiroideas y suprarrenales, las cuales, en respuesta, mandan sus mensajeros químicos. El lomo del gato se arquea, su piel se contrae, erizándose el pelo (con lo que parece mayor a los ojos de su enemigo), a la vez que saca las garra y escupe. Las hormonas también hacen que el corazón marche más de prisa para conducir oxígeno y azúcar a los músculos en mayor cantidad, de manera que el gato pueda escapar rápidamente. Lo mismo ocurre en el cuerpo humano; son las sustancias químicas de la glándula tiroides las que hacen que los ojos se abran desmesuradamente, y las de las suprarrenales las que hacen que se cierren los puños de un hombre enfadado, o proporcionen las repentinas energías para apartarse a un lado al oír el bocinazo de un auto que se viene encima.


Si se toca una brasa caliente, el dedo se encoge y se lanza un grito de dolor. En una fracción de segundo, un impulso ha ido desde las terminaciones nerviosas situadas en la piel hasta el centro local de control en la espina dorsal; desde allí un segundo impulso se ha transmitido a otros nervios, que, finalmente, han provocado la contracción instantánea de los músculos, retirando el dedo y evitando así mayores daños. Simultáneamente, el cerebro ha telegrafiado un mensaje a las cuerda vocales y a los labios y se ha exclamado: "Ay!". Esto refleja algo de la inmensa complejidad del sistema nervioso central y de la diversidad de impresiones que en él se vierten.


El cerebro recibe estas impresiones desde las terminaciones nerviosas de todo el cuerpo y procede a clasificarlas. En la lengua hay "papilas gustativas"; algunas de ellas conectadas con células cerebrales que registran las cosas dulces, mientras otras conectan con las zonas "ácidas", "saladas" o "Amarga". De la misma forma, las ondas de luz recibidas por el ojo y las vibraciones sonoras recogidas por el oído se transforman en impulsos eléctricos, que pasan a las células cerebrales apropiadas.


El cerebro almacena también impresiones en la "zona de la memoria", archivo del que reproducimos la imagen de una escena pasada, el perfume de un jardín de nuestra niñez o simplemente el hecho de que dos y dos son cuatro. También se relaciona con la capacidad para juzgar. Muchas de nuestras acciones son voluntarias, basadas en decisiones de la mente consciente (por ejemplo, cuando un conductor se aparta para evitar otro choque), pero muchas otras como la de retirar los dedos de una brasa caliente, son involuntarias y están controlados por centros nerviosos exteriores al cerebro. Otras son condicionadas, como por ejemplo, el "hacer la boca agua" cuando un olor nos recuerda un plato en otra ocasión saboreado. La digestión y la distribución de la sangre depende del sistema nervioso autónomo, que se regula a sí mismo.


Durante el siglo XVIII, Luigi Galvani demostró que los músculos de la pata de una rana muerta se contraen al estimular eléctricamente los nervios; pero hasta mediados del siglo XX los médicos no pudieron explicar la base eléctrica del sistema nervioso. Hoy con un aparato llamado electroencefalógrafo, podemos registrar los impulsos eléctricos de las células cerebrales de una forma muy parecida a como se registran los impulsos del corazón con el electrocardiógrafo. El sistema nervioso, sin embargo, no es solo eléctrico, también es químico; como hemos visto, las sustancias que liberan hacen que los músculos se contraigan, pero las sustancias químicas pueden también actuar sobre los nervios, descubriendo que ha permitido combatir el dolor por medio de los anestésicos. Entre los precursores de la anestesia general hay que citar a tres norteamericanos: Crawford Long, de Georgia, que en 1842 empleo éter para realizar una operación sin dolor; en 1844, en Hartford, Connecticut, un dentista llamado Horace Wells usó oxido nitroso (gas hilarante) para anestesiarse él mismo mientras un colega le extraía una muela; en 1846 el dentista Willian Morton utilizó éter para anestesiar a un paciente en un hospital de Massachusetts, al que John Warren realizó una operación sencilla. En 1847 J. Y. Simpson, de Edimburgo, Escocia, descubrió el valor del cloroformo ensayándolo durante una cena. Hoy, los anestésicos locales y de la espina dorsal pueden dejar insensible una parte del cuerpo sin producir inconciencia.


Los términos "mente" y "cerebro" son siempre susceptibles de confundirse, ya que un daño físico en el cerebro puede producir ciertos tipos de enfermedad mental y una operación quirúrgica puede a veces curarlos. Sin embargo, muchas de las enfermedades de la mente se originan sin aparente daño físico, y hay muchas formas de tratamiento mental que en nada se relaciona con la cirugía.


Los hechiceros y médicos-sacerdotes que ignoraban el funcionamiento del cerebro físico sabían mucho sobre el tratamiento mente. Los conjuros y encantamientos con los que administran sus remedios era una forma de tratamiento mental, así como la manera de persuadir a sus pacientes de que los demonios de la enfermedad habían sido expulsados. Para nuestros antepasados, el enfermo mental, con sus alucinaciones y actos incontrolables, era una persona en poder de los diablos. Lo encadenaban y azotaban en un esfuerzo por destruir o expulsar los malos espíritus. En el siglo XVIII, el horror a tal tratamiento hizo que Philippe Pinel, de Francia; Benjamín Rush, de América, y Willian Tuke, de Inglaterra, desarrollaran campanas para desencadenar al enfermo mental y abolir las jaulas en que los exhibían como animales. Estos fueron los primeros pasos hacia el concepto de que no hay nada sobrenatural en las enfermedades mentales, y que debemos aceptarlas con sentido común, del mismo 'Modo que aceptamos las enfermedades físicas. El mayor avance, sin embargo, se debió a la labor de Sigmund Freud.


En 1.885, poco después de haberse doctorado en su ciudad natal, Viena, Freud marchó al famoso hospital de La Salpétriére, en París, donde se sintió altamente impresionado por los experimentos del doctor Charcot sobre hipnotismo. Freud llegó a la conclusión de que hay procesos mentales que actúan tras la conciencia humana, y recuerdos "secretos" que pueden influir en la conducta y hacerla inexplicable. Poniendo al paciente en trance, se ayuda a eliminar su resistencia consciente y a revelar verdades de él ocultas; pero, como Freud descubrió, la hipnotización no es esencial, siempre y cuando se logre que el paciente se relaje suficientemente. Una vez que este conoce las ocultas verdades causantes de su mal, los síntomas del mismo suelen desaparecer. Freud y dos de sus discípulos, Carl Jung y Alfred Adier, elaboraron una nueva versión en cuanto al modo de obrar de la mente. Hoy sabemos que no solo los recuerdos inconscientes, sino también (las características transmitidas de generación a generación) y el medio ambiente (condiciones materiales y sociables en que vivimos) influyen en nuestros estado de ánimo.


Ivan Petrovich Pavlov, contemporáneo de Freud, demostró que la conducta está también ligada al sistema nervioso. Su experimento más famoso consistió en hacer sonar una campana antes de dar de comer a un perro. Después de haber repetido varias veces el experimento, consiguió que el perro empezase a segregar saliva simplemente con el sonido de la campana. Tal reacción se llama "reflejo condicionado". Un perro puede "condicionarse" para distinguir dos notas musicales si recibe carne al sonar una de ellas, y no la recibe con la otra. Si la diferencia entre las dos notas es demasiado pequeña, el sistema nervioso no sabe cuándo debe segregarse saliva, el perro se excita y el sistema nervioso se altera.


Estos experimentos muestran la relación que hay entre la mente y el cuerpo, y como esta relación influye entre la vida diaria. Muchas personas hoy, especialmente las que tienen posiciones de gran responsabilidad (sea en el trabajo, en el estudio o en el hogar), padecen úlceras estomacales, rechinar de los dientes, dolores musculares, trastornos cardíacos o enfermedades de los vasos sanguíneos. Hoy en día se ha denominado stress el conjunto de toda esta sintomatología. La tensión y las preocupaciones de la vida moderna puede producir enfermedades físicas y, recíprocamente, estas enfermedades pueden originar aflicciones mentales. La palabra que expresa esta interrelación es psicosomática, de "psique", mente, y "soma", cuerpo. Esta voz nos recuerda claramente que el hombre completo no es solo esqueleto, cerebro y mente, sino una entidad compleja en la que todas estas partes intervienen para producir una personalidad humana.


Como todas las demás criaturas vivientes, los seres humanos no solo existen, sino que también se reproducen, y es extraordinario que nuestra especie haya necesitado tanto tiempo para llegar al verdadero conocimiento de este proceso. Es verdad que, hace unos 2300 años, Aristóteles había ya estudiado el desarrollo del pollo en el seno del huevo, pero hasta el siglo XVIII de nuestra era no se reconoció, o al menos no se registró, como una célula contenida en la gallina se convierte en el huevo preparado para la respuesta. Esto es tanto más notable si consideramos que durante todos estos siglos se han desplumado y limpiado las aves para cocinar. Unos 200 años más tarde, Karl Ernst Von Baer, de Estonia, descubrió el óvulo o gameto femenino en las hembras de los mamíferos. Hasta 1875, año en que Oscar Hertwing lo descubrió, no se supo que, en la fecundación, el espermatozoide masculino penetra en el óvulo femenino y que solo entonces se forma una nueva criatura dentro del cuerpo de la hembra.


Poco antes del descubrimiento de Hertwing, un fraile llamado Gregor Mendel había iniciado un cuidadoso estudio de los guisantes que él cultivaba en su jardín, en Checoslovaquia. De este tranquilo entretenimiento habría de surgir toda la compleja ciencia de la genética, que explica las semejanzas familiares. Con anterioridad se creía que cada niño poseía una mezcla de los rasgos de sus padres, como resultado de la unión de sus sangres. "Está es su sangre", solían decir. De acuerdo con esta idea, un padre de pelo rizado y una madre de pelo liso tendrían probablemente un niño de pelo ondulado, es decir, entre rizado y liso. Mendel demostró que las cualidades heredadas no se transmiten por la sangre, sino en los genes. La palabra gen, como génesis, es derivada de la voz griega "creación" o "principio". Los genes son los átomos vitales, y aunque más grandes que los átomos de la materia, apenas pueden versen individualmente, incluso con el más potente de los microscopios. Sin embargo, ciertos grupos de ellos, llamados cromosomas, si son visibles al microscopio. Cada célula humana contiene 48 cromosomas, a excepción del espermatozoide masculino y el óvulo femenino que tiene 24 cada uno. Gracias a esto es seguro que, cuando se efectúa la unión del espermatozoide y el óvulo, todas las célula nuevas así formadas poseerán "partes iguales" de los genes del padre y de la madre.


Aunque parezca extraño comparar a un niño con los guisantes de Gregor Mendel, de hecho se la aplican las mismas leyes de la herencia. Mendel cruzó una variedad alta de guisantes con una variedad enana. La primera generación resulto de plantas altas, porque el gen que determina este carácter es "dominante", este es, más fuerte que el que determina el carácter enano. Efectuando cruzamientos entre individuos de esta generación, produjo un nuevo lote en el que reaparecieron las plantas bajas, una por cada tres altas. Lo que ocurrió fue que los genes "enanos" habían estado allí todo el tiempo, y en esta segunda generación algunas plantas habían recibido un gen "enano" de cada uno de los progenitores. La combinación produjo plantas bajas.


Desde principios de este siglo se ha continuado investigando intensivamente en el campo de las herencias, y los científicos genetistas son hoy capaces de calcular qué características de los padres pueden aparecer más probablemente en los hijos.


La imagen que el hombre tiene de sí mismo no ha tomado forma aisladamente. Ha influido y ha sido influida por los perfeccionamientos técnicos en otros terrenos. Dado que la acción del eje de un pistón al hacer girar una rueda tiene mucho en común con la del brazo humano al dar vueltas a una manivela, resulta natural que los científicos del siglo XIX, la Era del Vapor, imaginasen el cuerpo como una especie de máquina de vapor. Para ellos la comida era el combustible, y el estómago un horno que había de abastecerse.


Hoy sabemos que el cuerpo se semeja menos a una simple máquina que a un complejo de fábrica bajo una dirección central. Podemos comparar el sistema digestivo con una refinería de petróleo extremadamente complicada.


El propio alimento no es solo combustible energético, sino materia prima de la que los laboratorios de las glándulas entren raras sustancias químicas. Los vasos sanguíneos son tuberías que transportan estas sustancias, así como gases y líquidos, a los diversos tejidos del cuerpo, y que también llevan las sustancias de desecho. Los ingenieros continúan aprendiendo de los científicos médicos, quienes, al mismo tiempo, reciben ayuda de los ingenieros. Los movimientos de los miembros se han ampliado en gigantescas grúas mecánicas. Los ingenieros térmicos han aprendido mucho sobre el aíre acondicionado estudiando cómo el organismo regula termostáticamente su propia temperatura. El submarino con esnorke imita el sistema respiratorio. La cámara de televisión ha copiado la forma en el que el ojo humano y el sistema nervioso convierten las imágenes visuales en señales eléctricas. El micrófono es como el oído humano, que transforma las vibraciones sonoras en impulsos eléctricos, mientras que el alta voz, al igual que las cuerdas vocales, convierte dichos impulsos eléctricos en sonidos, y el magnetófono "recuerda" estos sonidos. Los instrumentos electrónicos, desde los que controlan toda una factoría, hasta los que pueden recoger los objetos más delicados sin dañarlos, duplican las posibilidades del tacto humano. En verdad los únicos sentidos que no hemos imitado con mucho éxito son el gusto y el olfato, y tampoco hay hasta ahora maquinas que posean las potencias humanas de la imaginación, la voluntad y el juicio. Aunque hoy en día los especialistas en vinos tratan de crear maquinas que identifiquen el sabor de las diferentes cepas, todavía esta distante estos inventos a las papilas de un experto catador.



Cada avance en el campo técnico nos hace ver una vez más cuán maravilloso es el cuerpo humano. Así, por ejemplo, el cerebro pesa unos 1400 gramos y está alojado en la caja craneana, cuya capacidad es de unos 1350 c.c. Contiene quizá 10.000.000.000 de células, cada una de las cuales equivale a una válvula de radio. La electricidad generada por el cuerpo, que se utiliza, es suficiente para una lámpara de mesilla. Si los ingenieros tuviesen que reproducir ese cerebro empleando, en lugar de las células, las más diminutas de las válvulas modernas, necesitarían un salón de conciertos para alojarlo y el fluido eléctrico de toda una ciudad para suministrar su potencia.


Hoy en día estamos viviendo lo que los especialistas han denominado la “cuarta revolución”. La robótica ha llegado para reemplazar muchos de los trabajos que normalmente desempeñaba el hombre. Definitivamente reemplazar las funciones del cerebro humano es algo que todavía está muy distante. Pero no debemos permitir que la digitalización reemplacé nuestras labores analógicas. El cerebro humano es una máquina tan compleja y perfecta, qué tal vez sea imposible reemplazarla. Ante la situación que está viviendo la humanidad por la pandemia, causada por el virus del COVID 19, es el momento de reflexionar y trabajar para humanizar cada una de las cosas que hacemos. No sería lógico permitir que el ser humano como tal si automatice en su forma de pensar. En el campo de la odontología específicamente, debemos trabajar por el desarrollo de una “Quinta Ola”, en donde nos apropiemos de la digitalización sin permitir que se deshumanice la atención.


Te invito a ver el siguiente video que amplia y complementa la información.



605 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page